El presidente Obama se pasó el fin de semana realizando mítines en varios estados del centro y el este del país con ajustadas contiendas. Su objetivo era movilizar a unas bases demócratas que la mayoría de encuestas muestran más apática que sus adversarias en el campo conservador. Es un fenómeno que los analistas han bautizado como “la brecha de entusiasmo”.
“Hay [urnas] para el voto temprano a unos bloques de aquí, o sea que podéis ir después de este mitin si no habéis votado”, dijo Obama a una multitud de 35.000 almas en Chicago, su ciudad. “Porque si todo el mundo que lucho por el cambio en 2008 vota en 2010, ganaremos esta elección. Estoy seguro de eso”.
No todos los escenarios fueron para Obama tan acogedores como Chicago. En Cleveland, su último mitin, el presidente no fue capaz de llenar el recinto donde celebró el acto. La policía estimó apenas unos 8.000 asistentes para pabellón con un aforo de 13.000. Y es que, para Obama, esta campaña no tuvo nada que ver con la magia del 2008.
En sus discursos, Obama no se ha cansado de pedir paciencia a los electores, y de culpar el obstruccionismo de los republicanos por la falta de progreso en los cambios prometidos. Contra la opinión de una mayoría de sus ciudadanos, el presidente considera que el país va en la buena dirección desde el punto de vista económico, sólo se necesita tiempo para que las políticas implementadas den sus resultados.
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